domingo, 23 de junio de 2013

Capitulo 12

- Creo que estas bien para irte a casa. Iré a hacer los papeleos y vendré para ayudarte a irte. Mientras tanto espera aquí a que venga Sofía.
- Sí, gracias por todo doctora.
- De nada – Cristina se dirige a la puerta y antes de irse da media vuelta, mira a Gabriel – No seas muy dura con ella, solo quería asegurarse de que estabas bien. Lo menos que puedes hacer es darle las gracias.
Sale del cuarto. Tal vez tenga razón, no debería ser tan duro con ella, pero es que le sale solo. Es su forma de ser.
Mira a su alrededor, la sala no esta tan mal. Como no sabe cuándo volverá Sofía decide ver la televisión. Mira el reloj de su derecha, son las diez y media, no cree que este dando nada interesante. Pero ¿qué día es? Justo en ese momento entra Sofía con una bandeja llena de comida.
- ¿Qué día es hoy? – le pregunta Gabriel.
- ¿Qué? Oh, pues jueves.
- Ah. ¿Qué llevas ahí? – dice señalando con la cabeza la bandeja que acaba de poner sobre una mesa.
- Tu desayuno.
- Gracias.
El silencio reina en la habitación y tan solo se escucha las voces de la televisión. Sofía acerca una mesa portátil hasta su cama.
- Bueno, aquí tienes el desayuno. Si no quieres algo no lo comas, pero supongo que tendrás hambre – habla mientras recoge su chaqueta y su libro de la silla en la que estaba sentada –. No creo que necesites nada más, así que me voy.
- Espera, ¿por qué te vas?
- No encuentro otro motivo por el que deba estar aquí. Tú ya estás bien y yo no soy ningún familiar ni amigo tuyo así que no puedo estar más tiempo aquí.
- ¿Y si no eres ningún familiar ni amigo mío que hacías aquí?
- No lo sé, la verdad.
Se miran durante un rato hasta que finalmente Sofía aparta la mirada y va hacia la puerta.
- Espera – vuelve a detenerla Gabriel.
- ¿Qué?
- Hazme compañía mientras desayuno.
- Creo que la televisión es suficiente compañía para ti.
- Pero no es una persona, las personas son mejor compañía.
- ¿Por qué quieres que me quede?
- No lo sé.
Silencio otra vez. Sofía no tiene porque quedarse pero Gabriel le ha pedido que le haga compañía. ¿Por qué?
- Vale, te haré compañía.
Se acerca de nuevo a la cama y se sienta en la silla. Gabriel empieza a desayunar mientras Sofía lee su libro.
- ¿Me vas a decir que me ha pasado o me vas a dejar más tiempo con la duda?
Aparta la mirada del libro y le responde.
- Un coche no te vio y te atropelló.
- ¿Y qué hacías exactamente conmigo?
- Nada de lo que tú te puedas arrepentir ya que ibas tan drogado que no sabias lo que hacías – se ríe ante la cara que acaba de poner su acompañante y continua – No hicimos nada, solo hablamos.
Gabriel lanza un suspiro y sigue comiendo la tostada.
- Vale, ¿y cómo sabia que iba drogado, gafas?
- Mi padre es policía. Y por favor, no me llames gafas. Tengo nombre ¿sabes?
- Vaya, así que estoy delante de la hija de alguien que me podría perseguir por consumo de drogas.
- Solo te perseguiría si supiera tu nombre y qué has consumido.
- ¿Piensas rebelar mi nombre, gafas? Perdón, Sofía.
- Vaya, sabes mi nombre, que sorpresa.
- Llevamos yendo a la misma clase desde primero de Primaria, es normal que lo sepa.
- ¿Y si sabes mi nombre porque me llamas gafas?
- Llevas gafas – dice con una sonrisa burlona.
- No me vaciles, Gabriel, y respóndeme.
- No lo sé.
- ¿No lo sabes? ¿Llevas más de tres años llamándome con ese maldito apodo y me dices que no lo sabes? – cada vez levanta más la voz.
- Bueno, cálmate. No pensé que te fastidiara tanto que te lo dijera.
- ¿En serio? Bueno, que pensarías si cada vez que te viera dijera: Hola, gilipollas. O: ¿qué tal, gilipollas? O mejor aún: ¿Qué tal te ha salido el examen, gilipollas?
- Puede que al principio no me moleste, pero después sí.
- Pues ya está.
- Vale, no volveré a llamarte así.
El silencio vuelve a reinar el cuarto, un silencio muy incómodo.
- No voy a decirle a mi padre qué estas tomando drogas.
- ¿En serio?
- En serio. ¿Por quién me tomas? No soy una chivata.
- Lo sé. Nunca lo has sido. ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Claro.
- ¿Por qué dejamos de ser amigos?
Esa pregunta los deja desconcertados a los dos ya que ninguno se lo esperaba.
- Vaya, creo que aun llevas un poco de sedante en el cuerpo.
- No. Creo que se lo suficientemente bien lo que te acabo de preguntar.
- La pregunta es ¿por qué dejaste tú de ser mi amigo? Yo no hice nada, fuiste tú el que empezó a comportarse de forma extraña y a ser alguien que no era hiriéndome durante más de tres años.
- Déjalo, ni si quiera sé porque te lo he preguntado.
- Ya…
- ¿Qué tal está Miguel?
- ¿Miguel?
- Sí, Miguel. El chico con el que salías.
- Ah, bien, supongo.
- ¿Supones?
- No lo veo desde hace un año.
- Oh, ¿lo dejasteis? ¿Por qué?
- Mira, creo que son demasiadas preguntas de tu parte. Deja de fingir que te importo después de tres años, Gabriel.
Se levanta de la silla y se dirige a la puerta.
- Creo que mejor me voy – abre la puerta – Puedes estar tranquilo, nuestra relación volverá a ser la de unos completos desconocidos cuando volvamos a clase.
Y sin más sale de la habitación dejando a Gabriel completamente desconcertado. “Mierda”, piensa,” creo que la he vuelto a perder”

viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 11

Hola, feliz viernes. Siento tanto haber tardado tanto en colgar el siguiente capitulo pero he tenido un problema personal y no he podido escribir hasta ahora. Espero no decepcionaros y que este capitulo os guste tanto como los anteriores. Muchos besos y disfrutad.

Entra apresuradamente en su casa, no debe perder un solo minuto. Camina rápidamente hacia su cuarto y tira al suelo sus zapatos, después se quita el vestido, se pone el primer pantalón y camiseta que encuentra en su armario. Va al baño y coge un algodón desmaquillante y lo desliza por toda su cara hasta lograr quitarse todo el maquillaje y se pone las gafas de pasta negra. Se mira en el espejo. Ahí está ella, la misma de siempre ¿verdad?
Sacude la cabeza y vuelve a su cuarto. No sabe que coger, tal vez un libro mientras espera a que despierte o un cuaderno para estudiar. Sí, mejor un libro.
En el mismo instante en el que está a punto de salir el teléfono de casa suena, va hacia el salón, lo coge y mira la pantallita: es su madre.
- ¿Mamá?
- Sofía, cariño– escucha la voz de su madre y como siempre, le llena de tranquilidad –. ¿Qué tal estas?
- Bien, mamá. ¿Y tú? ¿Qué tal el viaje?
- Cansada y el viaje muy largo. No he parado de andar por el avión, pero en fin, son gajes del oficio. ¿Qué haces despierta a estas horas?
- Pues… - ¿Y ahora que le dice? – estaba… estaba viendo un poco la televisión, no tengo mucho sueño – miente.
- ¿Estás bien, hija? Noto que estas un poco desesperada.
Cierra los ojos con fuerza, ¿por qué su madre tiene que notar todo?
- ¿Desesperada? No, no, solo un poco nerviosa. Por los exámenes, ya sabes…
- Tienes razón, bueno, tranquilízate. Estoy segura que todo saldrá bien. ¿Y tu padre?
- Hoy tiene turno de noche.
- Es verdad, no me acordaba. Pues cuando llegue a casa le dices que he llamado ¿vale?
- Sí, mamá, se lo diré.
- De acuerdo, hija. Voy a descansar un poco y tú también deberías de hacer lo mismo.
- Lo sé, mamá.
- Buenas noches, cariño.
- Buenas noches, mamá.
Cuelga. Antes de irse tiene que ponerle una nota a su padre para que cuando llegue no se asuste por ella.
Se dirige a la cocina, coge el blog de notas y arranca uno, cuando termina de escribir lo cuelga en la nevera y se va.

Le duele todo el cuerpo y casi no puede moverlo. Solo ve oscuridad, tal vez porque tenga los ojos cerrados. No sabe qué ha pasado, solo recuerda lo que hizo antes de empezar el concierto en la fiesta e imágenes difuminadas y no muy claras de lo que pasó después vienen a su mente.
Escucha un pitido constante acompasado con el ritmo de su corazón. Entonces nota un suave soplo de aire en su brazo izquierdo, intenta levantar la mano y esta vez lo consigue. Poco a poco recupera el movimiento en todo su cuerpo y puede abrir los ojos.
Todo es blanco, mueve la cabeza a la derecha y ve una ventana por el cual entra la luz de sol. Mira a la pared del frente, hay un reloj digital que marca las diez de la mañana, demasiado pronto para ser verdad. Debería volver a dormirse, después de todo no tiene clase hoy y puede quedarse durmiendo en su cama todo el tiempo que quiera. Vuelve a cerrar los ojos y los vuelve a abrir. Desconcertado se incorpora en la cama, se da cuenta que no está en su cuarto, no está en su casa si no en el cuarto de un hospital. ¿Qué hace ahí?
Mira a su derecha y se percata de que un cuerpo duerme tranquilamente con la cabeza apoyada en su cama. Su pelo le tapa la cara y no puede verla bien así que acerca poco a poco la mano pero antes de poder tocarla la cabeza se mueve rebelando por fin su aspecto.
¿Pero qué…? ¿Qué hace ella ahí? ¿Qué se supone que hace ella durmiendo tranquilamente al lado suyo? Siente rabia por el hecho de que Sofía este al lado suyo, no debería estar aquí. Se incorpora rápidamente y hace una mueca de dolor por el esfuerzo, vuelve a dirigir sus manos hacia ella y las apoya en sus hombros.
- ¡Eh! ¡Eh!  - dice mientras la sacude violentamente para hacerla despertar de una vez – ¡Despierta!
- ¡Ay! ¡Sí, ya me despierto!  – lo mira somnolienta y con ojos confusos. No le gusta nada lo que le hace sentir esa mirada, bueno, no le gusta lo que le hace sentir cada vez que lo miran – No hace falta que me sacudas como un maldito saco de boxeo ¿sabes?
Vaya, la chica tiene genio recién despierta.
- Si no hubieras estado durmiendo no estaría sacudiéndote. ¿Se puede saber qué coño haces aquí, gafas?
- No me llames gafas, tengo nombre. ¿O es que eres tan imbécil como para no saberlo aún?
- Me importa muy poco tu nombre. Responde a mi pregunta.
- ¿Sabes qué? Que te den. Debería haber dejado que te rompieras la maldita cabeza.
Se da la vuelta para irse y no debería detenerla, pero como un impulso le coge del brazo y lo hace. Ella lo mira con furia pero no intenta soltarse. Está esperando a que él diga algo.
- ¿Qué quieres decir? ¿Qué pasó exactamente ayer?
- Por lo que puede ver, no recuerdas nada.
- No.
- Pues…
En ese mismo instante una mujer entra por la puerta, lleva una bata blanca y se dirige hacia ellos.
- Buenos días, Gabriel. ¿Cómo te encuentras?
- Jodido, me duele todo el cuerpo.
- Es normal, después del golpe de anoche. Será mejor que te haga un chequeo y si estas mejor te daré el alta. Sofía, ¿por qué no vas a buscar su desayuno? Estoy segura de que tendrá hambre.
- Claro. Ahora vuelvo.
Se suelta del agarre de su mano, que hasta ese momento no se había dado cuenta de que seguía en su brazo, y sale del cuarto cerrando violentamente la puerta.
- Parece que está enfadada.
Se acerca a él, saca un bolígrafo y una hoja.
- Sí, eso parece. No tengo ni idea de por qué.
- ¿De verdad? Bueno, creo que el motivo eres tú.
- ¿Yo?
- Sí.
- No entiendo porque. Si le molestaba quedarse aquí se podría haber ido, yo no la obligaba a que se quedara.
- Creo que se ha quedado aquí por voluntad propia, Gabriel. Anoche estaba muy preocupada por ti y, la verdad, nunca le había visto así.
- ¿La conoces?
- Sí. En fin, ¿qué tal si empezamos con el chequeo?

Sin esperar respuesta le ordena que le mire y ella lo apunta a los ojos con una linterna. La conversación acaba sin saber de que conoce aquella doctora a Sofía.