domingo, 24 de febrero de 2013

Capitulo 1

 Mira el reloj por quinta vez. “Maldita sea”, piensa sentada en la parte trasera del coche, “Es mi primer día de clase y tenía que llegar tarde precisamente hoy”.
- Puedes ir un poco más rápido – le grita al conductor.
- Cariño – le dice la mujer sentada al lado suyo –, tranquilízate. Aún estamos a tiempo.
- Quedan veinte minutos para que empiecen las clases, eso no es llegar a tiempo.
La mujer no le hace caso y sigue mirando el periódico, pero ella no puede tranquilizarse, es más, la actitud de su madre la pone de los nervios. Mueve el pie, impaciente. No entiende porque no puede ir un poco más rápido. Pero si el coche puede superar los 80 km/h; además, el tráfico no es que ayudara mucho.
Seis minutos más tarde el coche aparca delante de un portón abierto, por el que van entrando jóvenes de diferentes edades. Siente ese nudo en el estómago, ya familiar después de tantos cambios, que incrementa su nerviosismo. Baja del coche con la mochila al hombro, su madre se reúne con ella, pero en vez de entrar por el portón entran por una puerta situada a la derecha, al parecer por él solo entran profesores.
“Ordenado”, es lo primero que primero que piensa al traspasar la puerta, “demasiado ordenado, pero claro es un colegio religioso, que se podría esperar”. Una mujer situada detrás de un escritorio levanta la vista, les sonríe y se levanta.
- Señora Martínez, el director la espera, si me acompañan.
- Por supuesto.
La mujer las dirige hasta otra puerta, la abre y un hombre de barba blanca, con gafas y una sonrisa de oreja a oreja, las recibe.
- Clara – dice con gratitud –, es un placer volver a verte.
- Roberto, lo mismo digo.
Los dos se abrazan y se dan dos besos en la mejilla.
- Lamento mucho si te has tomado muchas molestias para aceptar a mi hija en tu instituto.
- No te preocupes, mujer. No ha supuesto ninguna molestia alguna, es más, el gran expediente de tu hija ha aumentado la posibilidad de que entrara.
- Me alegro.
- Entonces tú debes de ser Amelia – dice dirigiéndose a ella.
- Sí, señor.
- Oh, no me trates de usted. Trátame de tú, por favor. Después de todo eres como de la familia.
- Preferiría tratarle de usted – dice cortante.
- Amelia, no seas tan grosera – le amonesta su madre.
- No importa, Clara. Es comprensible.
Su madre y el director empiezan a hablar sobre la calidad del instituto y sus actividades extracurriculares. Amelia hace oídos sordos, no quiere escuchar nada de lo que diga, por el amor de Dios, solo quiere empezar las malditas clases y largarse.
- Y por último, quería comentarte que el instituto San Martín, tiene una actividad de música.
- Oh, no te molestes en comentarlo, a mi hija no le interesa.
Amelia pone los ojos en blanco, su madre como siempre decidiendo por ella. Tiene 16 años, no 6. Pero no le dice nada, prefiere quedarse callada.
- Pues si eso es todo, será mejor que le llevemos a su clase.
- Perfecto, si me permites hablar con mi hija antes de irme, estaré encantada.
- Claro.
- Cariño – dice su madre una vez que el director ha salido –, se que no te gustan nada los cambios, pero esto es por tu padre, lo entiendes ¿no?
Ella solo se queda callada, no quiere escuchar nada.
- Te prometo que este será el último cambio, ¿de acuerdo?
Silencio, su madre suelta un suspiro y se levanta, Amelia también lo hace.
- Me voy ya, Amelia. Espero que te vaya genial.
Se acerca para darle un beso en la mejilla, pero ella aparta la cara. La mujer le mira con ojos apenados, pero se recupera rápidamente. Le muestra una sonrisa y se va a la puerta para abrirla.
- Roberto, ya está.
- Genial. Vamos, Amelia.
Ella se sitúa a su lado y sigue al director. No se despide de su madre, después de todo, ni siquiera es su madre.
El corazón le va a mil por hora, le sudan las manos y empiezan a temblarle las piernas. Sí, vale, ya está acostumbrada después de ¿cuántos? ¿Cinco? ¿Seis? Ya ha perdido la cuenta, la cuestión es que después de tantos cambios, sigue poniéndose nerviosa.
Pasan por diferentes clases, cada una tiene una decoración diferente. En algunas las mesas están puestas de dos en dos, con tres pares de filas en total, otras en cambio, tienen cuatro filas individuales. Todo depende de lo largo que sea la clase. En algunas hay corchos pegados en las paredes del fondo, otras en la de la derecha y otras en la de la izquierda. Pero todas las mesas, incluida las del profesor, son verdes y las sillas también.
“¿Cuánto más tengo que caminar?” Está empezando a ponerse más nerviosa aún, han pasado por  4 clases, y no se han parado en ninguna clase. Y justo en el momento en el que va a preguntarle cuánto falta para llegar a su clase, el director se detiene en seco. Ya han llegado.